La despedida
Era viernes; regresé de un largo viaje de trabajo, había estado fuera de casa por 15 días lo que hizo que mi regreso fuera muy esperado, no solo por mi esposa, sino por mí, que no dejo de ser adicto a la guarida. La comida fue muy entusiasta: ya estaba de vuelta y al día siguiente íbamos a Tlaxcala a ver torear a Hilda y al “Zapata”, dos de nuestros toreros favoritos.
Ella llamó por teléfono para invitarnos a cenar, estaba de visita su nieta más grande que vive en Los Ángeles. Mi esposa se disculpo bajo la consigna de que tenía 15 días sin verme y que íbamos a dedicar el tiempo “a otras cosas…”, con ella ese tipo de juegos de doble sentido no solo eran permitidos, sino que incluso eran una forma de bromear bastante frecuente.
El sábado me desperté temprano, y le marqué por teléfono: “Muy buenos días, ¿ya lista para la corrida de hoy?”, “Hola Paco, claro que sí, además de que voy a conocer Tlaxcala porque, aunque no lo creas, es de los lugares que no conozco”, reí silenciosamente, ella no era una persona de viajar, pero, como mucho de historia, lo confundía de tal suerte que, a su juicio, nadie lo pudiese adivinar.
Le pregunté si iba a querer ir a la corrida del domingo también; “claro, oí que era un cartelazo, de esos que no nos podemos perder”. Aficionada a los toros, y más aficionada a huateque y al jolgorio, siempre estaba dispuesta a una buena tarde y más si era en compañía de alguno de sus descendientes. Así pues nos despedimos con un muy simple, al rato nos vemos. Una hora mas tarde mi esposa y yo nos dirigíamos a recoger los boletos de la corrida del domingo.
Ya casi llegábamos al lugar en donde se habían de recoger cuando mi esposa recibió una llamada de su hermano, corta y fría, fiel a su costumbre: “... se sintió mal, acabo de llamar a una ambulancia, te llamo en un momento”. Bueno, al parecer el plan de Tlaxcala se estaba frustrando…. Mi esposa volvió a marcar: “¿ya llegó la ambulancia?, ¿A dónde van?”, “ya llegó, y vamos rumbo al hospital; ya está más tranquila, fue un dolor fuerte en el pecho, pero ya se le está bajando”.
Llegamos al hospital y mi esposa entró al cuarto de urgencias a verla; salió al poco tiempo: “Pues creo que ya está mucho mejor, ya está muy preocupada de que la ropa que trae”, jaja siempre preocupada de verse tremenda.
Estando en la sala de espera, y casi celebrando con mis cuñados la actuación tan rápida y contundente las noticias comenzaron a agolparse: “no ha pasado el infarto”, “el tapón de la arteria no cede”, “hay que llevarla a otro hospital a un procedimiento”…., y de pronto “su corazón dejó de latir, estamos tratando de hacer que vuelva a funcionar” y el tan temido “lo sentimos, hicimos lo que estaba a nuestro alcance”. No habían pasado dos horas.
Nuestras miradas se cruzaron con más sorpresa que dolor, nadie entendía claramente que estaba pasando, había miedo, incredulidad, escalofrío: conmoción. Se fue fiel a su forma de ser, arrebatada, resuelta, imperiosa; pero por única vez me resultó impredecible.
No cabe duda de que fue, es y será una persona que deja huella honda y grave en quienes convivíamos con ella. En momentos te podía hacer rabiar, y en otros reír, pero era incapaz de pasar desapercibida. Atraía fácilmente la atención y disfrutaba de hacerlo, mas mandaba que pedía, entendía el mundo y la vida a través de sus propias palabras y de nadie más; pero su magnetismo estaba en que por sobre cualquier otra cosa era formidablemente apasionada, en todos los sentidos, en todas las formas y en todos los momentos. Podía atraer o repeler pero a nadie le resultará jamás indiferente.
Hasta Siempre
Paco Alegría 2010


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