Aficionados de los Rangers, nuestras vidas ahora están completas


 “Aficionados de los Rangers, nuestras vidas ahora están completas”,

eso dijo el maestro de ceremonias de la celebración. Hace 51 años un alcalde de esos a los que dicen visionario, convenció a la organización de grandes ligas y a un puñado de inversionistas a trasladar la franquicia de los Senadores de Washington a Arlington, Texas, y así comenzó la historia de este equipo.

Hace mas o menos 40 años, por una serie de circunstancias de esas que son totalmente intrascendentes declaré abierta y oficialmente que ese equipo de ese pequeño poblado era “mi equipo favorito”. Como dice Juan Villoro (claro que él refiriéndose al futbol): en todas las disyuntivas de la vida (pareja, sexo, política, religión, oficio, hábitos, adicciones) se pueden modificar las preferencias sin alterar al niño que fuimos, pero en el beisbol, en este caso, cada juego de tu equipo favorito es la recuperación periódica de la infancia; y eso hace que uno nunca lo cambie.

Ser aficionado de los Rangers resultó un esfuerzo importante por múltiples razones. Primero porque no es un equipo popular, fuera de su región y de no ser por razones relacionadas con las raíces, poca gente los tiene como favoritos. Al no cumplir yo con esta característica siempre fui visto como un bicho raro ¿por qué apoyar a un equipo que no tiene ninguna relación filial contigo?

Esta poca popularidad también redundaba en importantísimos aspectos para todo buen “fan”, por ejemplo, conseguir mercancía relacionada era poco menos que imposible, yo no tenía una gorra o una playera o una chamarra o un banderín; a mis 10 años lo único que tenía era una calcomanía que celosamente pegue en mi caja fuerte – alcancía considerando que así estaría en un lugar que siempre conservaría; y de hecho lo hago.

Con el máximo estoicismo requerido, yo aceptaba todos los regalos de mercancía de otros equipos, especialmente los que me traían mis papás de otras ciudades y los que me regalaban todos aquellos que sabían que yo juagaba beisbol, y que era por mucho, mi deporte favorito; lamentablemente desconocían que la lealtad hacia tu equipo te impide apoyar a otros y que no podían entender por qué le iba yo a un equipo del que no se vendía nada en México. La verdad, por eso nunca me veían con “disfraz” de beisbol, guardaba celosamente y con mucho cariño los regalos, pero los usaba solo en las ocasiones en que nadie me veía, así sentía que traicionaba menos a mi equipo.

Otra de estas situaciones afectadas por la baja popularidad era obtener noticias. Mi afición comenzó mucho antes de la era del Internet, así que nos teníamos que conformar con lo que los medios buenamente se dignaran a mostramos. Por ejemplo, mi jugador favorito de Rangers era Jim Sundberg, básicamente porque era el receptor (posición que jugué muchísimos años); nunca lo vi jugar y solo vi su foto años después en Internet, mientras tanto solo existía en mi imaginación, era algo así como pensar en tu personaje favorito de la literatura, le puedes atribuir propiedades que nadie puede constatar, pero tampoco negar, es maravilloso. Solo transmitían juegos de los Rangers cuando se cumplían varias situaciones: que jugaban contra los Yankees, que era entre semana y que ese día no había algún juego donde hubiera un mexicano inmiscuido. Esta alineación astral era muy poco más frecuente que un eclipse de sol. Además, la retransmisión era diferida y en horario “de velador”, prohibitivo a esa edad. Así que solo por el periódico podía yo enterarme de la suerte de mis Rangers y eso viendo la tabla de posiciones y comparándola con la del día anterior para saber, por diferencia, si había una victoria o una derrota más.

Y sumemos que me tocó la “fernandomanía”, lo cual fue espectacular, por una parte, pero por la otra hacía, entre otras cosas, que los poquísimos espacios que dedicaban los medios al beisbol estuvieran más dedicados al ocaso de la carrera de Fernando con los Dodgers que al sexto y séptimo juego sin hit ni carrera que lanzara Nolan Ryan con los Rangers, haciendo batería con un cátcher novato llamado Iván Rodríguez que mas tarde resultara en uno de los mejores, si no es que el mejor, receptor de la historia.

Otra de las razones por las que ser aficionado de Texas fuera un sacrificio es que éramos el ejemplo perfecto de la medianía. Un equipo sin sobresaltos, sin escándalos, sin grandes debacles, sin tragedias, sin celebraciones, como no fueran records personales de Nolan Ryan y guantes de oro de algunos de los jugadores, a la postre icónicos, de los Rangers. Habiendo comenzado nuestra historia en 1972, no fue sino hasta 1996 que pudimos llegar a la postemporada por primera vez. Así que cuando, sabiendo mi gusto por el beisbol, alguien me preguntaba cual era mi equipo favorito, mi respuesta, por más apasionada, causaba una mezcla de contradicción, curiosidad, extrañeza y en algunas ocasiones incluso condescendencia.

En esas primeras incursiones a la postemporada la aventura era fugaz, salimos barridos en la primera ronda dos veces, siempre contra los Yankees. Y no fuimos noticia si no hasta el 2003, y no por méritos de beisbol, si no de finanzas. Porque eso sí, discretos para jugar y siempre apoltronados a media tabla, pero con mucho capital texano.

Poco después de que el equipo hubiera saltado a las primeras páginas tras haber firmado el primer contrato de 9 dígitos para un jugador en la historia, tuve la primera oportunidad de ir al estadio: The Ballpark in Arlington. 

Entrar al estadio por primera vez fue una especie de viaje en el tiempo en donde llegó manejando un hombre de casi treinta años, que después de estacionarse, acompañó a su madre del brazo hasta la puerta; y ahí, una vez que entregó los boletos a la persona que había de permitir el acceso, se convirtió en el niño de 9 años que de la mano de su mamá declaraba al mundo que su equipo favorito eran los Rangers y que toda su vida lo seguiría siendo. Ya había tenido la oportunidad de ir a estadios de beisbol de grandes ligas, pero nunca en Arlington y nunca viendo a los Rangers, fue un sueño hecho realidad para ese niño que aún vivía en mí. Mi madre recuerda cada vez que puede (incluso en momentos ligeramente bochornosos) mi cara congelada al ver el terreno de juego por primera vez, mi mutismo nervioso, mi desenfreno al tratar de comprar cuanto souvenir se me cruzaba, y mis lágrimas incontrolables cuando la voz del estadio dijo: “Ladies and gentleman, please welcome your Texas Rangers” y el equipo saltó al campo con su impecable uniforme blanco con vivos en azul y rojo. Fuimos a la serie completa, tres partidos en tres días consecutivos contra los Yankees, perdimos dos; pero mi afición fue confirmada para siempre. Y ese viaje, que ya de por si fuera emocional por otras razones, sumó esta importante experiencia.

En el 2010 llegamos por primera vez a la Serie Mundial, para mi ya eso mismo era un triunfo en si, 38 años desde que la franquicia llegó a Texas y 25 años desde comencé a seguirlos y al fin se lograba. Así que la derrota contundente en manos de San Francisco no me supo nada mal, habíamos logrado hacer historia con solo llegar y además soy mexicano, estoy acostumbrado a gozar el sufrimiento, a poetizar sobre las calamidades y disfrutar eso de que  “competir que es más importante que ganar”.

Llegó el 2011, una de las mejores alineaciones que jamás hubiéramos tenido, considerando que ya para entonces estábamos acostumbrados a tener “line up’s” que imponían respeto a cualquiera, seguíamos teniendo nuestra eterna debilidad del pitcheo, pero en fin; llegamos a la Serie Mundial por segundo año consecutivo, ahora contra San Luis. Claramente ya no éramos una sorpresa, éramos una máquina perfectamente aceitada, capaces de infundir temor; de hecho, para esa serie éramos amplios favoritos. Para el juego seis, regresábamos a San Luis, pero nosotros teníamos ventaja de tres juegos a dos, de manera que estábamos a solo uno del anhelado campeonato.

El juego fue peleado, en lo bueno y en lo malo; los Rangers conectaron 15 hits, mientras los Cardenales 13, y de los 5 errores que se cometieron 3 fueron de San Luis y 2 de Texas. Era una carrera parejera, nos fuimos arriba comenzando el juego, pero en la misma primera entrada nos dieron la vuelta. Empatamos en la segunda con muchos esfuerzos y un hit de esos que llaman “con ojos” de Ian Kinsler. En la cuarta pudimos irnos arriba con una carrera sucia, pero otra vez el gusto nos duró poco. En la quinta volvimos a tomar la delantera solo para perderla una entrada después y llegar a la fatídica séptima entrada empatados a cuatro.

Beltré y Cruz conectaron cuadrangulares y sumados a una carrera anotada por el propio pitcher salimos con tres de ventaja. En la octava con un home run de Craig se acercaron, pero solo 7 a 5. Y así llegamos a la “última”, estábamos a tres outs, solo a tres outs.

Cae el primero, pero Pujols se embasa, ahora una base por bola, ya dos corredores: el empate ya está en las bases. Se poncha tirándole el siguiente bateador, asi que ya solo falta uno. Con una bola y dos strikes, a un solo lanzamiento de poder ganar el juego, uno solo, David Freese conecta fuertísimo hacia el jardín derecho y Nelson Cruz no es capaz de hacer la atrapada. Nos volvieron a empatar. Era una jugada muy difícil, y Cruz, en lugar de jugar a la segura y permitir el hit cubriendo el rebote, quiso hacer el último out y falló. Me quedé impávido, sentí algo recorrer mi espina dorsal, un agujón en el estómago, como la primera vez que “me batearon” (que correcta acepción beisbolística), estábamos tan cerca...

El siguiente bateador conectó otra vez hacia el derecho y esta vez Cruz si completó la jugada, nos vamos a entradas extras. Bueno, ok, relajémonos, no ha pasado nada, todo está bien, tenemos a la mejor ofensiva de la liga, seguro podemos remontar el marcado, salir de este vericueto. Y si, en la décima entrada logramos anotar dos con un home run de Josh Hamilton, que, hasta ese momento se había mantenido muy callado.

Otra vez dos de ventaja, y a tres outs de ser campeones; todo regresó a la normalidad. Y, oh no, nos pegan dos hits; ah, pero hacemos dos outs, otra vez a tiro de piedra, “la última brazada” el “pechazo” en la carrera. Pero otra vez la desgracia, Berkman pega hit y entran las dos carreras, nos volvieron a empatar, ese miedo puntual y concentrado, ahora se vuelve un terror crónico, mastico con fuerza desmedida un palillo tras otro, escupo los restos, aprieto y aflojo las manos que ya van de blanco burocrático a rojo pugilístico cada segundo. Así que nos vamos a la onceava. No pudimos anotar y dejamos a uno en base. Y entonces la magia, la maravilla, el encanto, el cuento de hadas, solo que, de los contrarios, David Freese que ya nos había hecho daño en la novena, pega un larguísimo cuadrangular por el central y ahí, en ese preciso momento, perdimos la serie. El séptimo juego fue de trámite, moral y anímicamente ya habíamos perdido, todos, incluso yo.

La fortuna hizo que ese sexto partido lo viera solo, lo cual agradecí infinitamente. Así nadie vio mis lágrimas, mi cara de estupefacción, nadie escuchó mi tímido balbuceo que sonó como un “no” sordo y apagado. Por días mostraba un estoicismo a la altura de cualquier mexicano después del “no era penal” contra Países Bajos en el mundial, o después de la eliminación de Daniel Bautista en la marcha; y también sufría “tras bambalinas” como cualquier mexicano después del “no era penal…"

Los años pasaron, el equipo se desarmó y los jugadores quedaron disgregados por muchos otros equipos. Y comenzó la reconstrucción, el problema es que con esa idea regresamos a la medianía que nos caracterizó siempre. El sueño se había acabado, habíamos despertado a la realidad que siempre nos aburre. Pero yo, seguí siendo un fan de los Rangers, portando el jersey y la gorra en cualquier ocasión posible, sin importar si era o no pertinente, como cuando conocí el estadio de Houston en 2016. Fuimos “los tres caballeros” de la familia, el partido era contra Boston; mi hermano llevaba la gorra de los Red Sox (visitantes) mi papá la de Astros (locales) y yo la de Rangers (mi equipo favorito, que no tenía nada que ver, pero que caray).

En el 2021, soporte calladamente la humillación de ser el último lugar de la división y uno de los peores de la liga. Dos situaciones ayudaron a paliar el momento. Una pésima situación personal y la pandemia. Así que de por si no andaba muy alegre y los Rangers tampoco fueron motivo de regocijo. Así es esto, cuando llueve, llueve en toda la milpa, y mucho.

Este año 2023 comenzó para mí con muchísima expectativa: pasaban mas juegos en la televisión que nunca y muchos eran de Rangers. El equipo se veía sólido como pocas veces. Y, mi hijo, ahora entró a jugar beisbol, así que al menos por un ejercicio didáctico, había justificación de ver mas beisbol en mi casa.

El equipo comenzó sorprendiendo a todos, tomó la punta de la división y no la soltó hasta pasada la mitad de la temporada y solo por pequeños periodos. En el juego de estrellas cuatro titulares de los nueve eran de Texas. El promedio de carreras anotadas por partido era altísimo, el más grande de la liga, lo que confirmaba el poder ofensivo y era divertidísimo verlos jugar. En la última semana de la temporada perdimos la división por una nariz contra Houston, que de unos años para acá se ha convertido en nuestro acérrimo rival. Pensé que era mejor así, que la desilusión llegara antes de la postemporada, es más fácil de soportar, ya ven ese fatalismo mexicano tan nuestro.

Pero comienza la postemporada, ganar los primeros dos de visita en Tampa Bay, y luego los siguientes dos en Baltimore, y ganar uno en casa, e irnos a Houston a definir al campeón de la americana y ganar los dos primeros allá, hizo que otra vez se encendiera el sueño, la ilusión y que aquel niño de 9 años regresara. Vi el juego decisivo del campeonato de la americana encerrado en un cuarto de hotel en Bogotá, porque andaba de viaje por trabajo. Otra vez la fortuna hizo que estuviera solo, así nadie me escuchó vociferar, gritar, golpear el colchón y las almohadas y después relajadamente y con voz impostada pedir al room service un club sándwich y un agua gasificada con un twist de limón; para después seguir saltando como monito de cilindrero exaltado a mas no poder. Vamos otra vez a la serie mundial. Al día siguiente la celebración fue, bueno, prácticamente inexistente, en Bogotá a nadie le importa el beisbol. Pero yo no podía estar más entusiasmado.

El primer juego de la serie mundial no pudo ser mejor, un final de película (van a ver, en una de esas da para miniserie). Perdiendo por dos, en la última entrada Taveras recibe base por bolas, viene a batear quien representa el empate, pero Marcus Semien se poncha. El escenario está puesto para Corey Seager, nuestro pilar en una ofensiva, de por si poderosa. Y entonces atestiguamos uno de los cuadrangulares mas espectaculares que se han visto para empatar en la novena, ahora nosotros somos los que empatamos, ahora somos nosotros los del cuento de hadas, ganamos en la onceava con un cuadrangular de "El Bombi" García; la película parecía perfecta. Pero ¿Por qué no poner mas drama? ¿por qué no hacer difícil el camino? así que perdimos el siguiente en casa y feo, nos apalearon.

Pero entonces demostramos que éramos el equipo mas temido de visitante, y fuimos a cerrar con broche de oro, tres victorias contundentes para completar la hazaña.

Para el último juego quise estar solo, necesitaba estar solo, o casi solo. Así que no hubo plan, no hubo invitados, solo yo la televisión, y por ahí las visitas ocasionales de mi hijo al comedor, donde yo estaba, a ver cómo iba el marcador, y mi esposa leyendo. De manera que el partido lo veía solo yo.

Cuando solo faltaba un out sentí espasmos en las manos, la respiración era mas difícil, tenía una opresión en el pecho, y me preocupé, a mi edad eso puede ser síntoma de un infarto, no de un out para ganar la serie mundial. Pero estaba en modo niño de nueve años viendo a su equipo triunfar y nervioso por el placer de estar nervioso, porque la verdad es que el juego no estaba ni cerca del riesgo de ser empatado.

Cayó el último out y entonces el milagro se consumó, para ese niño de nueve años y el adulto de cuarenta y nueve en el que se convirtió y todos los que hubo entre tanto. Me levanté muy despacio, y me quedé parado viendo la celebración, sin decir nada, sintiendo las lágrimas correr, pero sin hacer esfuerzo por secarlas, sin moverme. Mi hijo se me acercó y fiel a esa empatía inconsciente que no logra entender me preguntó ¿estás bien papá?, muy bien mi amor, muy bien, simplemente pasó algo que no pensé que pasaría nunca. Así que ahora podemos decir: ¿te imaginas que se sentiría no haber visto nunca ganar a los Rangers? yo creo que nunca lo sabremos….

Paco Alegría
Noviembre 2023

 

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