Espérate .....
Salíamos del restaurante, después de una amena comida con el
grupo de amigos con el que habitualmente nos reuníamos a comer entre semana los
días de trabajo. Aunque éramos parte del grupo, había quienes era más frecuente
que nos viéramos mas allá de las reuniones “en bola”. Había quienes éramos como
hermanos. Ese era el caso de mi amigo Lalo.
Solíamos discutir sobre temas que no nos animábamos a
comentar en la bola. Nos dábamos consejos, buenos o malos no importaba, pero
siempre escuchados con atención por él otro, y siempre, sin duda, bien
intencionados. Teníamos gustos diametralmente opuestos para algunas cosas y sorpresivamente
idénticos en otras. En fin, compartíamos lo que fuera.
Al dirigirnos, esa noche hacia el destino, lo cual implicaba
una caminata, en la que se prolongaba la charla de sobremesa y que hacíamos con
lentitud y mas concentrados en la charla que en cualquier otra cosa. Yo, fiel a
mi costumbre, charlaba casi con todos al mismo tiempo y trataba de mantenerme
en el tema en todas las conversaciones simultáneamente. Él, al contrario,
callaba y escuchaba atentamente a todos, prestaba atención en los detalles, una
atención que a mi a veces me parecía excesiva. Se fijaba en los gestos, las
voces, los ruidos. A mi siempre me pareció un poco paranoide.
Nos acercamos a la calle caminando despacio y en el momento
que iba yo a dar el paso para bajar la banqueta y cruzar, sentí su mano en el
pecho mientras lo escuchaba decirme serenamente y sin ningún tipo de aspaviento
“espérate wey”. Lo dijo casi como si fuera un secreto.
No era normal ni la forma (con un gesto físico) ni el
apelativo que uso para conmigo, porque si bien había mas que confianza para
usarlo sin sentirlo agresivo entre nosotros, no lo hacíamos, preferíamos
incluso ser ridículamente parsimoniosos al referirnos el uno al otro, como
muestra de ironía, o de cercanía, o de distinción, nunca lo sabré.
Mas por la sorpresa que por el gesto en sí me detuve
inmediatamente “en seco”, aún no lo alcanzaba voltear a ver cuando el vehículo
eléctrico, cuyo sonido de aspiradora era opacado ampliamente por nuestra charla
y el ruido del tránsito que había de fondo, se deslizó hacia la guarnición de
la banqueta, rebotó ligerísimamente con ella, exactamente en donde hubiera yo
estado de no haberme detenido. Siguió su marcha sin apenas haber notado que dio
el conocido banquetazo, por medir mal la curva.
Una muy pequeña esquirla desprendida por este contacto saltó
hacia mi espinilla y se incrustó ahí produciéndome un dolo puntual, agudo pero
incluso placentero, así es esto.
Lo voltee a ver, ahora si, lo vi a los ojos y no dijo
absolutamente nada mas. Sonrío con una de esas casi imperceptibles sonrisas
breves y amigables que solía tener para con todos cuando estaba en confianza.
Seguimos nuestro camino y no se volvió a hablar del tema jamás.
En la noche, ya en mi casa, mientras me quitaba el pantalón
y los calcetines vi la clara evidencia de lo ocurrido; ahí estaba un moretón
rodeando una pequeña gota de sangre ya seca.
Al final, no pasó nada; o pasó todo, porque de no haber sido
por “espérate wey” y la mano en el pecho, no podría haber lugar y tiempo para
que todo pueda pasar, todo lo que vendrá, mucho o poco. Es probable que, de hecho,
podría haber sido un “no pasó nada, a partir de ese momento”, porque yo no
estaría aquí.
Hay brevísimos momentos que dan rumbo a la vida, que nos
abren una nueva posibilidad, si siquiera saber que estábamos a punto de
perderla. Y sin duda, hay (o al menos debe de haber) muchos de estos instantes
en que ni siquiera nos damos cuenta de que estos instantes sucedieron. Pero es
una maravilla que así haya sido, y es una maravilla tener un amigo como él, que, sin
aspavientos, irreflexivamente, casi por instinto nos pueda decir: “espérate wey”,
porque eso puede significar un nuevo rumbo. Nunca dije esto que había pensado, suena
a una reflexión sin sentido, pero se lo agradeceré secretamente para siempre.
Paco Alegría


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